Raymond Williams

Sufragistas y la tragedia

El concepto de tragedia ha cambiado a lo largo de los siglos aunque su fachada parezca siempre la misma. Para los griegos, la tragedia abarcaba la acción humana intrínsecamente vinculada a la metafísica, mientras que el medioevo y el renacimiento obviaron la metafísica para incorporarle un contenido claramente moral. La tragedia empezó a desplegar un abanico de emociones que contraponían la maldad y su consecuente infelicidad, por un lado, y la bondad con la felicidad, por otro. El héroe trágico dejó de desplegar en el escenario todo el drama de la naturaleza humana para ser un individuo que se debatía entre el bien y el mal. La tragedia dejó de ser un hecho colectivo para ser un drama individual.

No obstante, la palabra tragedia ha permanecido como si su sentido siguiera siendo unitario, aunque ha habido un movimiento complicado en ese vaciamiento de contenido. Los estudios trágicos, la academia fundamentalmente, y personas de alta cultura, empezaron a diferenciar la tragedia (auténtica herencia griega) de un «mero» accidente. Así, hay cierto pudor al decir que es una tragedia descubrir aun hoy el trabajo esclavo o que miles de personas se mueran por un terremoto. Tragedia debería de ser una representación heroica de hechos trascendentales, en términos estrictos o estrictamente académicos.

Cuando hablamos de revolución, solemos pensar en violencia, pero hay una infinidad de acciones silenciosas que transcurren antes y después de un acto de desorden que, mediante el desprecio y la condescendencia, son relegadas a la oscuridad, a la par que, al destacar solo los aspectos más convulsos de un largo período histórico, se eliminan los matices y, en última instancia, el sentido profundo de la lucha. También es verdad que la tragedia suele contraponerse a la revolución, más asociada a la épica. Además, lo trágico se vincula a un héroe, no a una experiencia social, mientras que lo social ha perdido un sentido trágico, como bien lo señala Raymond Williams en su obra «La tragedia moderna». A su vez, una época de revoluciones suele exponer a cierta indiferencia, que aleja de la acción, a los que no están directamente involucrados en ella. Esa indiferencia ante el dolor del otro se convierte, en términos de Williams, en una estructura de sentimientos. La estructura de sentimientos, similar a la idea de habitus de Bourdieu, se refiere al modo en el que las prácticas y hábitos sociales y mentales se arraigan, marcado por su contexto histórico y más claramente visible en las obras de arte. O, como lo parafrasea Edward Said, «un amalgama coherente de prácticas que vinculan el hábito con la habitabilidad».

Hay una escena en la película «Sufragistas» que explica toda esa teoría de Raymond Williams con arte y por la que merece la pena verla: cuando la protagonista habla ante los Lores y cuenta el sufrimiento de su vida, de la de su madre y de la de tantas otras mujeres que trabajan con ella; vidas cortas, enfermedades, acoso, paga injusta y, para colmo, controladas y asfixiadas por los hombres.  Los señores, muy aseñorados, se asombran, como si nunca hubiesen escuchado nada igual, indignados con la bajeza de una vida tan lejana a las suyas. Además, se muestran visiblemente confusos con la dignidad de la mujer que les habla y la miseria de su vida, como si se tratase de una contradicción. El resultado de todo aquel teatro, siendo consecuentes con sus sentimientos, no solo hacia la mujer que tenían delante de ellos sino también hacia el cincuenta por ciento restante de la humanidad, debería haber sido la concesión del voto femenino. Pero no, y aquí están algunas causas.

Primero, la disociación entre lo que ellos asisten y su respuesta, porque allí el drama se presenta como algo individual, y, supongamos, que fuesen incapaces (por ingenuidad o torpeza histórica) de ponerse en los zapatos de la mujer. Segundo, y más importante, hay una intención de seguir ocultando un hecho «inconsciente y habitual», en las palabras de Raymond Williams, porque se trata de algo que le ocurre a una persona, por lo que se convierte en un hecho despreciativo en términos trágicos, a partir del cual, además, se esperaría una acción del espectador, cuando en este caso, el espectador tiene especial interés en denigrar ese hecho.

Hoy, no mucho tiempo después de conseguir las mujeres su derecho al voto, encontramos una cierta relajación y normalización de la lucha feminista: las mujeres pueden votar, las mujeres pueden trabajar, las mujeres pueden andar solas por la calle e ir adónde quieran (con todas las debidas excepciones respecto a condición social, color de piel, ubicación, etc.), pero ¿eso quiere decir que la lucha ha terminado? Está claro que no. Las mujeres votan, pero tienen aún poca participación en la política, las mujeres siguen cobrando sueldos inferiores a sus pares masculinos por hacer el mismo trabajo, las mujeres aún no tienen el derecho real y simbólico sobre sus propios cuerpos, a menudo convertidos en meros receptáculos de interés sexual, por lo que el simple acto de caminar por la calle sola por la noche es, a veces, imposible. La mujer hoy puede tener la custodia de sus hijos, pero el mundo laboral aún no es flexible para ella (como tampoco lo es, de hecho, para el hombre que tiene la custodia). La mujer sigue siendo la principal cuidadora de los niños y ancianos aunque en muchos países aún no tiene el derecho a elegir si seguir adelante con un embarazo o no.

Hay una normalización de la tragedia, un vaciamiento de su contenido más duro, para mostrar a la mujer como ser bello, romántico, capaz de cosas maravillosas (aunque no tenga el apoyo necesario para hacerlo). Hace falta un re-conocimiento de la situación para que se aprecie el feminismo como una revolución continua. ¿Cuántxs de nosotrxs nos hemos preguntado por qué no había habido anteriormente películas sobre las sufragistas o por qué, si las había, no las recordábamos? Porque en la estructura de sentimientos en la que estamos, y siempre hemos estado, la mujer puede ser diosa, pero no puede ser mujer, aunque las diosas no existan. «Las sufragistas» es una película trágica, la situación de las mujeres aún es trágica y la lucha continúa.

Referencias:

Raymond Williams. La tragedia moderna. Editorial Edhasa, Buenos Aires.

«Sufragistas», dirigida por Sarah Gavron (2015).